A mi nieto Ricardo Ignacio.
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Dibujo hecho en un solo trazo
fue tu silueta esbozada.
Natura dejó tu perfil en contraste con un fondo
de amaranto:
Pareces dormir.
Poco a poco,
la imagen me descubre sus ojos,
la línea de la fina nariz.
Luego, el vagido risa y gorjeo,
tenue en el secreto,
más tenue en el susurro,
casi hasta el silencio,
y me dice:
“Para que entiendas y sepas que el paisaje
se hizo para ti”.
*
No sé si tu figura en el dibujo
me está dedicada.
Lienzo, escorzo de brisa en la aurora.
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¡Calla, deja que tome su bandera!
Él pertenece al mundo.
Corazón fogoso en manto de seda,
espada de diamante que no hiere.
Alhaja encendida de esperanza.
*
¿Qué me queda después sino admirar tu estrella,
ver cómo cintila la lumbre entre los astros?
Callas ahora,
hasta que enciendas el candil de tu palabra,
y admiro tus ojos alarmados,
faro de alerta de los buques.
Después será tu voz torrente
y tu mirada alumbrará los bosques.
Sosiego serás, o lucha
en las landas de tu andar aventurero.
*
Apaciguada en mí la incertidumbre,
estarás frente al otoño de la piedra:
Mi otoño,
y habitarás en el océano inmutable
cuando vibren en el templo de la magia
los arpegios de un himno de montaña
y brindes nueva luz al universo.
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